Lo que en verdad duele no es lo que sufre nuestro cuerpo sino el suplicio al que están sometidos nuestros hijos. Como padres nos sentimos impotentes porque no hemos podido rescatarlos, porque para encontrarlos tenemos que pelear contra quienes los tienen. Solo nos falta dar la vida con tal de saber dónde están. El sufrimiento de ellos son las verdaderas puñaladas que atraviesan nuestros corazones y esas sí nos desangran