La otra corrupción

Fue una queja extraña. Parecía inspirada en la simple manía de criticar.

En el Istmo, tanto organizaciones empresariales como agrupaciones sociales denunciaron un efecto peculiar de las "tarjetas de bienestar": la repentina prosperidad de cantinas y table dance, y la venta masiva de celulares. Mientras los empresarios exigían prohibir el uso de las tarjetas en el comercio informal, para proteger el suyo, las organizaciones denunciaron las consecuencias del reparto precipitado de las tarjetas, antes de que el Presidente visitara la zona para promover el Corredor Transístmico. "Las cantinas alrededor de las escuelas, como el Bachilleres de la ciudad de Matías Romero, se llenaron de jóvenes, incluso vestidos de uniforme, haciendo uso de su recién adquirida capacidad económica", declaró Carlos Beas, coordinador de la Unión de Comunidades Indígenas de la Zona Norte del Istmo (La Jornada, 10/5/19).

Las transferencias masivas a los pobres constituyen uno de los programas más populares del nuevo gobierno. Hay efectos dramáticos que conmueven. Una familia en la extrema miseria que tiene dos viejitos y un joven inscritos en los programas cambió sustancialmente su condición. Empieza a respirar. No cabe condenar remedios a la situación atroz de millones de familias, aunque se usen escopetas cuando hace falta el tiro de precisión. Pero es importante poner el asunto en su contexto.

En 1994 los zapatistas aludieron a "los desechables". La llamada "población sobrante", los marginales y los desempleados, cumplía en el pasado una función clara para el capitalismo: eran el ejército industrial de reserva. Se creó ahora una nueva clase social con las personas que el capital no usará ni ahora ni nunca. Y esos "desechables" están siendo desechados.

En 1995, en el hotel Fairmont de San Francisco se organizó el Foro sobre el Estado del Mundo, al que asistieron alrededor de 500 de las personas más poderosas y prominentes del mundo. El tema principal fue qué hacer con 80 por ciento de la población del mundo, que resultaría superflua porque bastaría 20 por ciento para ocuparse de la producción. Se atribuye a Zbigniew Brzezinski, ideólogo neoliberal, el vocablo entetanimiento –tittytainment– (ver Wikipedia). Como el "superfluo" 80 por ciento entraría en creciente frustración, sin empleo ni oportunidades, habría que darle el tratamiento que da la madre al bebé: teta y distracciones. Se encomendó al Banco Mundial el diseño de esta política y la izquierda la implementó con entusiasmo. Lula se sentía muy orgulloso de haber traído a 35 millones de brasileños al consumismo clasemediero y vino a felicitar al presidente Peña Nieto y al gobernador Velasco por hacer en México lo mismo que él: mantener pasivos, individualizados y consumistas a los "superfluos", los "desechables". El dispositivo podía también utilizarse como arma de contrainsurgencia.

Los llamados gobiernos "progresistas" de Sudamérica cumplieron fielmente los nuevos preceptos neoliberales. Un amplio sector de la izquierda latinoamericana los vio como correctivo del ajuste estructural y mecanismo de nivelación social. La izquierda brasileña, por ejemplo, aplaudió el programa de Lula y su alianza con empresarios y corporaciones desarrollistas, lo mismo que su Bolsa Familia. Para Lula, sus políticas eran "todo lo que la izquierda soñaba que se hiciera" (Proceso, 1770, 3/10/10).

Como ya mencioné en este espacio, Rogelio Jiménez Pons, director del Fondo Nacional de Fomento al Turismo, argumentó en defensa del Tren Maya: "Somos un gobierno de izquierda que más que otra cosa está instaurando un verdadero capitalismo" ( Animal Político, 2/15/19). Era también la postura de Lula: "Un obrero metalúrgico está haciendo la mayor capitalización de la historia del capitalismo" (Proceso, 1770, 3/10/10).

Parece claro que López Obrador no caerá en la patología de la corrupción en la que se sumergieron todos los gobiernos "progresistas" de América Latina. Pero es claro también que se entrega con entusiasmo a la patología de un régimen profundamente inmoral, que genera injusticia sistemática y destruye todo a su paso, la naturaleza lo mismo que el tejido social, la subsistencia autónoma lo mismo que capacidades creativas que pueden florecer en armonía con el ambiente.

Bajo la aparente bendición de transferencias financieras a los pobres, se fomenta esa otra corrupción, de efectos particularmente perversos. Se inserta a los despojados en un consumismo insensato que los hunde aún más en la condición atroz en que se encuentran, ahora dependientes de un subsidio estatal que puede desaparecer en cualquier momento. En vez de atender el fondo del asunto, el despojo de todo lo que tienen, territorios lo mismo que derechos, en vez de aliarse con los despojados para fortalecer su defensa y su construcción de una vida digna, un gobierno que se pretende de izquierda se alía con los despojadores y les garantiza su operación.

La circunstancia es nueva. Exige cambiar, desde abajo, la manera de cambiar.

gustavoesteva@gmail.com

Fuente: La Jornada