Reducir la violencia a unos cuantos encapuchados es un monumento a la hipocresía. La hipocresía de denunciar la violencia de los encapuchados, pero callar la violencia estructural de un país que está sacrificando a su futuro: sus jóvenes, su infancia, sus mujeres. La hipocresía de denunciar las capuchas, pero apapachar a las sociedades anónimas que han vandalizado y destruido el país: su campo, su gente, su economía, su historia. La hipocresía de criminalizar el anarquismo, pero aplaudir al franquismo en el poder: a los empresarios mexicanos socios comerciales de los empresarios franquistas, émulos locales de las políticas pinochetistas, sumisos ante el fascismo made in USA.