El desprecio a las lenguas de los pueblos originarios en realidad forma parte de algo más grande: el desprecio a los pueblos y su cultura y su intención de tenerlos siempre sometidos. Desde el gobierno y el poder este desprecio se ha traducido, por un lado, en falta de reconocimiento en las leyes de sus derechos colectivos como los planteados en los Acuerdos de San Andrés y, por otro, lado en políticas públicas tendientes a romper el tejido social y debilitar su cultura e instituciones propias