Aprender a escuchar

En tiempos de escucha, no hay como recurrir a los clásicos :). Compartimos este libro de Carlos Lenkersdorf que nos invita a abrir grandes los oídos y el sentimiento, a fin de entendernos... Lee y difunde!


El escuchar

¿Por qué escribimos sobre el escuchar? Conocemos la palabra, la empleamos y la necesitamos constantemente. Radio y televisión la presuponen. No podemos prescindir del escuchar en el contexto en el cual vivimos.

¿Por qué, pues, un trabajo sobre lo que es conocido y cotidiano? Pero, ¿escuchamos de veras lo que se quiere que escuchemos? Oímos palabras, muchas palabras, las oímos pero no las escuchamos, es decir, no nos esforzamos a fijarnos en lo que podríamos escuchar. Se están multiplicando las palabras hacia lo infinito. Los medios, los educadores, los políticos, los artistas y tantos especialistas más están inundando el mundo con palabras innumerables que no podemos escuchar. Si lo hiciésemos, nos volveríamos locos. Nos limita la capacidad de recibir todo lo escuchable. Transformamos, pues, las palabras en ruidos que oímos y el oírlos nos defiende para que no tengamos que escuchar todo lo que se acerca a nuestras orejas, a fin de que no nos enloquezcamos. El escuchar es, pues, más problemático de lo imaginado. Por eso existen mecanismos orgánicos que frenan la corriente ininterrumpida. Palabras y ruidos pasan por las orejas y no nos fijamos, no los percibimos. Ya estamos acostumbrados a tanta bulla, ya no prestamos atención a tantos sonidos que nos rodean. El escuchar, pues, no es igual al oír. Éste, en cambio, nos hace perder mensajes que convendrían que los escuchemos. Dicho de otro modo, el escuchar se problematiza, porque es difícil escuchar cuando nos toque hacerlo. El oír es un filtro no muy afinado. Deja pasar lo que sería importante que lo escuchemos. Por tanto, conocemos el escuchar pero no somos buenos escuchadores. Fácilmente se confirma nuestra afirmación.

Las lenguas se componen de palabras que se hablan y que se escuchan. Si no se habla no escuchamos nada. Y si, en cambio, se habla y no escuchamos, las palabras se dirigen al aire. Por eso, las lenguas se componen de dos realidades, el hablar y el escuchar. Ambas se complementan y se requieren mutuamente. Surge, sin embargo, un problema que se inicia desde el término de lengua. Es el órgano con el cual articulamos las palabras, por supuesto las habladas. De ahí que el estudio de la lengua es la investigación de las lenguas habladas. La lingüística las estudia. Por eso, ya es el término que determina la concepción del fenómeno de la lengua. Esta noción tiene una larga historia en Occidente. Tanto en el griego antiguo como en latín, la lengua es el órgano lengua, en griego glossay en latín fingua. Es decir, lengua es lo que se produce al hablar. El escuchar ni se menciona. Las lenguas europeas contemporáneas mantienen la misma idea. El alemán es más claro aún, la lengua es la sprache, sustantivo derivado del sprechcn, que quiere decir hablar. Dado el predominio del hablar, ¿dónde queda la otra mitad de la lengua, el escuchar? Poco se estudia, poco se investiga, poco se enseña, poco se menciona, poco se conoce y se practica.