Y tu mamada de huelga también*

Tal como nos exponen los escándalos de presunta pederastia de Woody Allen con la hija doblemente utilizada (no sólo por el padre, sino por una madre que difundió sus videos a los siete años por todo el mundo, a la peor manera de lo que se hizo una década después con el niño balsero Elián González), o del romance incestuoso del cineasta con su ahora esposa, la deseable separación entre el hombre y la figura del creador es un espejismo. Es verdad que gran parte de las profusas discusiones en foros cibernéticos se debe a que a la gente le encanta el chisme, aparte de a que el personal de comunicaciones de los abogados de la familia Farrow y los promotores del nuevo programa de televisión del hijo de Frank Sinatra —supuesto hijo de Allen—, no para de trolear pegoteando copias de los expedientes del juicio a la menor provocación (como si cualquier lector las tuviera a la mano desde 1992). Pero no es todo.

Otra parte de la agitación que bulle en redes sociales es también porque la historia —real o parcialmente falsa— resulta mórbida y decepcionante para el público del cineasta. La gente se siente en la obligación de tomar una postura y decidir a cuál de los dos miembros de la bestial pareja le cree, no porque tenga que hacerlo sino porque quisiera resolver el dilema que esta ecuación plantea, no a nivel personal (todo el mundo parece estar de acuerdo en que la pederastia es inaceptable y la discusión gira en torno se cometió o no tal crimen), sino profesional: en el terreno de la crítica de arte.
Ni las voces de los críticos, documentalistas o historiadores de cine que se pretenden más objetivas y atemperadas al señalar que “para ellos el artista no tiene nada qué ver con el comportamiento moral del hombre que crea” (o algo así), o que se debe distinguir la obra del autor, logran sonar en este caso muy convincentes. Aunque nadie articula estos pensamientos, todos piensan que el crítico que asegura que el autor no tiene nada qué ver con la obra es medio falso, o que piensa a medias, y que en eso consiste ser experto. Y, aunque se sientan mal o les avergüence reconocerlo, no le creen del todo al más erudito. ¿Por qué? Porque se trata del autor de la obra, y es un ser humano, no un unicornio ni un dragón fantástico. Y mientras esté vivo —o aunque haya muerto pero no en un pasado tan lejano que sea posible enterrar su humanidad más que su obra—, su trabajo artístico, aunque sea genial o casi sobrenatural, no se desprende tan fácilmente de sus actos, igual que ocurre con cualquier otro humano.
Si esto pasa por lo general con cualquier genio que se haya dedicado al trabajo más abstracto y apolítico posible (si es que eso existe), con mayor razón con un artista como Woody Allen, cuya obra de alguna forma comporta la mayor parte de las veces una crítica a los vicios de la sociedad capitalista contemporánea, cristalizados en la capital del imperio financiero (Nueva York), y en la sociedad del espectáculo.
Es del artista crítico, del Woody Allen que se burlaba de la impostura intelectual en Manhattan de quien resulta más difícil aceptar las profundas contradicciones que nos revelaron y nos siguen incordiando los desvaríos e inmoralidades en su vida personal, que antes parecía tan ideal en tantos sentidos.

La única verdad que no se puede negar es que dicho deslinde conceptual al que tan vehementemente dicen apegarse los críticos de cine es casi imposible para la mayoría del resto de espectadores, y que los que creyeron al clan de Mia Farrow dejarán de ver sus películas, y que quienes dan por cierta la declaración de él o que insisten en distanciar a la persona de la obra verán sus películas desde otro ángulo o con uno añadido. Como quiera que sea, habrá un antes y un después de este nuevo escándalo.
Todo lo cual nos demuestra que ni la moral ni la crítica política son tan inseparables de la obra como desearían sus autores y los analistas especializados en sus autores, o sus documentalistas.

Esto viene al caso para mí no sólo por lo mucho que he insistido en que no es tan fácil desvincular la obra de la infraestructura con la que ésta se crea, muy particularmente respecto a los casos de estafas artísticas y corrupción mexicanas, sino sobre todo porque la semana pasada no sólo la revista Time se burló del pueblo de Atenco presentando su represor y Presidente del país, Enrique Peña Nieto, como su “salvador”. Asimismo, fue premiada en la sección Panorama de la Berlinale la película Güeros de Alonso Ruizpalacios, misma que en toda su publicidad se declara abiertamente en contra de la huelga de la UNAM del 1999, y es producida por el mismo actor (Diego Luna) de otra famosa road movie de unos adolescentes que igualmente se burlan de las manifestaciones: Y tu mamá también (2001) del ahora multipremiado director y nominado para los premios Oscar, Alfonso Cuarón.
El hecho me pasaría inadvertido si no fuera porque, en esa misma edición de Berlinale en la que se otorga tal reconocimiento a un trabajo hecho contra la huelga que preservó durante una década más la educación superior gratuita y de buena calidad —a pesar de la campaña de satanización (en la que participó incluso el periódico de “izquierda” La Jornada en cuanto los jóvenes desafiaron a sus gurúes Monsiváis y Poniatowska)—, se presentó otra cinta, dirigida por el mismo productor de Güeros… ¡sobre la vida de César Chávez!

¡César Chávez! Repito, sí, el icónico dirigente de los mexicanos inmigrantes que trabajan como agricultores en los campos californianos. ¿Entenderá Diego Luna que César Chávez educó a los campesinos emigrados sobre los principios del sindicalismo, y que una de las herramientas de éste es la huelga?

Como parte de esa campaña de desprestigio en la que igual publicaban la fotografía de una rata en un basurero cualquiera y decían que “así tenía el CGH a toda la UNAM”, sé que, para muchos, la cabeza más "famosa" de esa huelga que critica Güeros no era más que El Mosh porque es de lo único que hablaron y la única figura que resaltaron los medios de comunicación, incluidos columnistas de "izquierda" como Jaime Avilés (el que publica dos libros con títulos distintos y está comprobado que inventa su información), así como demás "dirigentes de izquierda" que después celebrarían la contratación del ex alcalde de Nueva York Rudolph Giuliani y ahora la de Michael Bloomberg por parte del gobierno “democrático y progresista” de la ciudad de México (GDFI). Pero eso no es lo que fueron todos los huelguistas. También sé que es muy difícil entender para quien no conozca la forma como se fue privatizando gradualmente la universidad pública de Nueva York, o la manera como Giuliani reprimió y desprestigió a los estudiantes de esta ciudad que emprendieron (y perdieron) la misma lucha ganada por los estudiantes mexicanos, por qué fue tan atacada mediáticamente esa huelga en la UNAM.

Aun así, son muchas las preguntas que surgen para no imaginar que Diego Luna es una bolsa de oportunismo rampante con una ética más inexistente que la de Woody Allen, junto con Mia Farrow y todo su clan.

Una de ellas es: ¿se habrá enterado Diego Luna de que César Chávez organizaba las manifestaciones de las que él se burla en otras películas y las huelgas que él y su amigo Gael García Bernal tanto les molestan? Y si realmente les molestan o les parecen tan ridículas, ¿por qué dirige una película dedicada a alguien que utilizaba la protesta y la huelga como forma de educación y lucha? Si no es para ganar dinero y simpatías entre los migrantes en Estados Unidos, ¿qué le importa? ¿Realmente admira a César Chávez, o hizo la película para insultarlo capitalizando lo que en el fondo Diego Luna desprecia, que es la lucha sindical?

¿Está Güeros basada en la propia historia de García Bernal, quien se presentó como una “víctima” de la huelga de la UNAM en el 99 y que por tanto tuvo que irse a estudiar actuación a Londres (lo que contaba como si fuera una desgracia)?

Hacer un filme en contra de la huelga que preservó gratuidad y calidad de la educación en el país del hombre más rico del mundo, en estos tiempos en los que vivimos el cambio climático por la plutocracia que destruye al planeta es más que un tema atinado: es toda una declaración de principios. Y ganar un festival internacional con ella no es producto de la buena suerte, ni sólo del gran trabajo artístico, como tampoco fue "suerte" ni un "buen trabajo" que Babel (una película en la que se retrata a los mexicanos y a los musulmanes como asesinos de los pobres bebés blancos norteamericanos hasta por error, y a los gringos como santos mártires) ganara tantos premios en su momento.

¿Lo sabrá Diego Luna?

¿El arte imita al paraíso del oportunismo o viceversa?


*O, como dice más educadamente el ensayista Julián Pensamiento Y tu huelga también.

Ver en línea : La bitácora de Malú