reflexiones sobre la escuelita zapatista

Al tambor de la alegría...

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“AL TAMBOR DE LA ALEGRÍA”

Entre la selva y la neblina entrando a esa comunidad zapatista se pierde la sensación del tiempo. Entre un lenguaje que desconozco y el himno zapatista, comienzo un nuevo sentir, otra manera de mirar, de convivir. Me adentro en el mundo antiguo donde la gente es gente y cuenta y se respeta, se estima. Donde se piensa en plural.
La dulzura y la fuerza son los apellidos de esta mujer compañera zapatista chol que me recibe en su casa como la mejor de las anfitrionas. Directo a la mesa en la cocina donde ya sirve la cena, para después llevarme al dormitorio donde saca de su bolsa una hermosa hamaca nueva para colgarla ahí donde va a ser mi lugarcito en ese dormitorio único para 8 personas.

Ahí me sentiré parte de la familia junto con mi votán quien tiene 17 años y es libre y juguetona. Me da la impresión que casi no habla español. Después de varias preguntas a las que contesta no sé, me doy por vencida y me preparo porque para mí la relación que tendré con todos ellos se basará en impresiones, mucha intuición, sonrisas y mis cinco sentidos bien prendidos tratando de no dejar nada fuera.
Observo, tanteo, escucho, hablo poco. Mi aprendizaje en esta escuelita es directo, sencillo. Una enseñanza en donde la parte teórica, organizativa, histórica de los compas quedará para los libros, de regreso a mi mundo.

Con cuidado y despacio, algo preocupada por no cometer un desatino me voy sintiendo aceptada, sin juicios de por medio. Así me dejo llevar y el que atrapa mi atención inmediatamente es Oscar. Él tiene 7 años y es un cascabel cantante, solo habla Chol pero canta en español. Siempre sonriente se me queda viendo con desparpajo amigable. Come todo el día, así lo sabe su mamá y lo sabe toda la familia. Oscar siempre tiene hambre.
Para eso y la boca de otras 7 personas Erika la madre, hermana, compañera incansable, se la pasa prácticamente en la cocina. Sino es hirviendo el maíz es haciendo los frijoles, el arroz, tostadas, plátanos, pozol, café o lo que vayamos a comer ese día. Las porciones son enormes platos de plástico sin fondo que ella me invita a repetir.
Su cocina es una cocina limpia, organizada, calientita. Comarca femenina donde la leña esta prendida prácticamente todo el día y es aquí en la cocina, donde nos reunimos a platicar con ella o las visitas que llegan se sientan un ratito. Sin duda es este el más importante lugar de la casa. Con cuatro cazuelas y dos ollas grandes Erika hace milagros. Hierve el agua para tomar, la pone en un tambo y la tapa con un trapo limpio. La higiene distingue el lugar donde ella pasa la mayor parte de su vida.
Erika no se sienta ni un momento. Acaba de cocinar, hay que barrer, lavar la ropa, lavar los trastes recoger las hamacas, peinar a su hija más pequeña Jaqueline. Luego ir a la milpa, cortar la leña, hacer el trabajo de un hombre y además el de la mujer. Y todo lo hace con calma, con esmero, con amor. Siempre con rostro placido, media sonrisa tranquila, ojos buenos, mansos, pacientes. Se le van las horas como agua, como Tierra, incansable.

Ella educa con el amor y la confianza, sabe que todos sus 6 hijos son diferentes y los respeta así como son. Desde el más grande de 21 hasta la chiquita de 5 años. Deposita en Jaqueline una confianza a prueba de chilangas aprehensivas. A su edad la pequeña es toda una guía a través de los caminos, se baña en el rio ella sola, anda por todos lados saltando y jugando. No tiene muñecas pero razones para divertirse no le faltan.

Jaqueline agarra el machete, parte la mandarina, se acerca al fogón, mete un plátano al fuego para asarlo. Con una mirada inteligente y curiosa es una niña feliz, independiente, que sabe que su mamá está ahí para ella, demostrándole todos los días que no tener miedo es importante en la vida.

Esta pareja trabaja en equipo, ella esta infinitamente agradecida con Juan de que no tome, que no se alcoholice, que sea trabajador. Y juntos con sus hijos, recorren esos caminos de selva verde, de lluvia, de silencio. Todos a trabajar en colectivo a trabajar juntos enseñando con el ejemplo.

El sr Juan tiene a su cargo junto con su hijo de 14 años, la tiendita zapatista que les fue asignada. Venden de todo, desde champús hasta argollas para vacas. Arroz, frijol, pilas, escobas. Vende mucho a pesar de que a una cuadra alguien puso otra. Alguna persona que no es zapatista.

Pero él trata bien a sus clientes, platica con ellos sean o no zapatistas, les da chance de tomarse un refresco allí afuerita.

Él es miembro del gobierno en su comunidad, habla muy bien el español. Alrededor de la mesa a la hora de comer en medio de esa dignidad que les da el no hablar cuando se come, al parecer, honrando el fruto de su trabajo. Ahí nadie come una tortilla hasta que él empieza. El compa Juan tiene el honor de tomar la primera, de la vasta pila de tortillas grandes y blancas. La agarra, la ve la voltea la huele la sacude y luego la parte y da el primer bocado. Es entonces cuando todos los demás ya pueden tomar una.
El maíz es indudablemente un ser poderoso y omnipresente en la vida de esta familia zapatista. El compa fue afortunado y su milpa no se le echó a perder el año pasado por las lluvias. Los demás tienen que comprarlo como pueden. Juan lo guarda en su bodega.

Conforme pasan los días él me pregunta más cosas. Se interesa por saber cómo es la allá de donde vengo. Le hablo de nuestras luchas cotidianas en la calle. Le describo a un granadero, sabe que es algo serio de lo que le estoy hablando. Le digo que ya somos muchos los inconformes, los enojados, los afectados. Le hablo del desempleo y las enormes distancias que tiene que recorrer la gente para llegar a sus trabajos, si son afortunados para tenerlos.

Y él me cuenta de su padre que con 83 años tiene su milpa y se baña todos los días en el río. Me dice que el año pasado lo mordió una Anauyaca y que estuvo un mes bajo los cuidados del curandero más experto. Casi no la libra, todavía, me dice, no es él mismo. Volvió a nacer, no así su abuelo quien no pudo sobrevivir a una mordedura del mismo tipo de serpiente.

Como a eso de las ocho se apagan las luces y cada quien se va acomodando en su hamaca. Al abrazo de aquella oscuridad recuerdo la canción que Oscar ha venido cantando todo ese día y comienzo cantándola quedito: “Al tambor de la alegría”, Oscar me sigue y se oye un: “Al tambor de la alegría” que me estremece de emoción. Luego le sigue su hermanito mayor y por ultimo Jaqueline.

Ahí con las luciérnagas como estrellitas metidas en la habitación se respira amor, alegría, armonía, solidaridad. No puedo dormir pensando en lo sencillo que sería dejar tanta necesidad atrás, tanto equipaje, tantas piedras en el costal y vivir como ellos, con las prioridades bien claritas y la ligereza de sueños.

Al despedirnos Erika me da para el camino, frijol, tostadas y pozol. Los ojos se me llenan de lágrimas porque es difícil dejar algo que durante estos años de desobediencia se tiene metido en el corazón y la mente. La certeza de que vale la pena luchar, que la gente es buena, que podemos vivir en armonía trabajando todos juntos por igual.

A Erika y su familia jamás los podré olvidar, me han dado una gran lección de vida. Y definitivamente me han inyectado ímpetus renovados de energía para seguir este andar de resistencia, durante todos los días de mi vida.

Mi corazón late junto al suyo “Al tambor de la Alegría”.

MAYA.

ENERO DE 2014