Violencia, capuchas, anarquismo

por Javier Hernández Alpízar

Babel

Es, más que inexacto, falsear los hechos, reducir la violencia en las manifestaciones recientes (del 1 de diciembre del 2012 al 2 de octubre de 2013, para poner dos fechas) a unos cuantos infiltrados, manipulados o “acelerados” que terminan (contra su voluntad) siendo usados por el poder. Como dijera una de las editoras de Kaos en la Red (medio alternativo atacado cibernéticamente en las semanas recientes: ¿ven como las agresiones no son algo incidental ni local?): si reducimos la violencia a unos infiltrados, estamos ocultando gran parte del fenómeno, es decir, que hay rabia en México, hartazgo en las filas populares, especialmente en uno de los sectores más agredidos: el juvenil.

Reducir la violencia a unos cuantos encapuchados es un monumento a la hipocresía. La hipocresía de denunciar la violencia de los encapuchados, pero callar la violencia estructural de un país que está sacrificando a su futuro: sus jóvenes, su infancia, sus mujeres. La hipocresía de denunciar las capuchas, pero apapachar a las sociedades anónimas que han vandalizado y destruido el país: su campo, su gente, su economía, su historia. La hipocresía de criminalizar el anarquismo, pero aplaudir al franquismo en el poder: a los empresarios mexicanos socios comerciales de los empresarios franquistas, émulos locales de las políticas pinochetistas, sumisos ante el fascismo made in USA.

¿Quién tiene la autoridad moral para criticar a los jóvenes encapuchados?: ¿La pseudoizquierda que los ha venido reprimiendo desde los años noventa, incluso en fechas altamente simbólicas como los 2 de octubre y el 10 de junio? ¿El panismo que bañó en sangre al país como ni siquiera el priismo lo había logrado hacer? ¿El priismo que solamente tiene para los jóvenes: muerte violenta, represión, un empleo en el crimen, corrupción y una sociedad sin futuro? ¿Los medios de masas venales, quienes han mentido siempre a su auditorio e incluso jamás retratan el fenotipo de la gente de este país? ¿Los bienpensantes que protestan con el permiso y la bendición del GDF represor, y luego de ver frustradas sus esperanzas, una vez tras otra se repliegan obedientemente a decir su jaculatoria: “estaríamos mejor con López Obrador”? ¿La izquierda domesticada, permitida o permisionada?

Es verosímil que hay infiltrados de los gobiernos de EPN y del GDF-PRD en las marchas, enviados expresamente para generar imágenes de violencia y darle una coartada a la represión de Estado (federal y del DGF- PRD), pero también es inocultable que algunos jóvenes, hartos de ver cerrados todos los caminos a un cambio verdadero y ver traicionado el deber de la sociedad de darles un espacio, un mañana, están usando la violencia para expresar su rabia.

No son las violencias equivalentes ni simétricas: la una es la violencia del poder, amparada cobardemente en la impunidad institucional y sistémica, violencia coordinada entre el gobierno federal priista y el DGF perredista, con el aplauso del PAN y los medios de comunicación caceroleros; la otra, la juvenil, es la violencia de quienes responden a la cerrazón, en un país donde el poder ha taponado todas las salidas políticas, toda esperanza. No se trata de justificarla o no, de legitimarla o no, sino de entender por qué ocurre, para no legitimar la represión dividiendo las manifestaciones en “pacíficas” o “delictivas” y por ende “reprimibles”. Si no se entiende un problema, en lugar de respuestas y posibles soluciones, se apuntalará la violencia supuestamente “legítima” del opresor.

Los jóvenes son recibidos a la vida adulta, escolar y laboral o, mejor dicho, a la negación de ellas, con una inscripción dantesca: “quien entre aquí abandone toda esperanza”. Pero cuando usan la fuerza y la violencia, ante un sistema cuyo recurso político hacia ellos ha sido precisamente el binomio: fuerza y la violencia, los acusan de “provocadores”, “infiltrados” y “manipulados”. Suena más bien a fallida autoexculpación de una izquierda que debiera estarse cuestionando por haber llevado al poder a semejantes represores y haberlos equipado con programas como el Cero Tolerancia que trajo de Nueva York a México DF López Obrador, usando dinero público, vía Rudolph Guiliani.

Elena Poniatowska pretendió contrastar a los jóvenes anarcos con los hermanos Flores Magón (pregoneros y partícipes de más de un alzamiento armado) y con Durruti (quien no solamente usaba armas, sino perpetraba asaltos como recurso político), con ello la plagiaria de libros de González de Alba solamente exhibió su ignorancia e incongruencia. Es sintomático que el público que la sigue venerando tenga que hacer caso omiso de cada vez más plagios, pifias y dehonestidades literarias y políticas de la ahora crítica de jóvenes anarquistas.

Afortunadamente, la gracia de los jóvenes anarquistas es que no pedirán permiso a las “personalidades” que se sienten herederas del 68, pero son ya mascotas del poder y de la derecha: los jóvenes defenderán su dignidad como ellos decidan, en un país con las puertas cerradas a la decencia y al cambio; abiertas solamente para los priismos que campean no solamente en el PRI, también en las izquierdas satélites del PRI y en el PAN, que mientras más se opone al PRI más se parece a él. Si Gómez Morín viviera, tendría que fundar un partido para oponerse al neofascismo panista.

Ante el arrojo de los jóvenes anarquistas, lo que deberían sentir los viejos pseudoizquierdistas que pretenden regañarlos es vergüenza: pues fueron precisamente sus errores y complacencias parte de las causas que arruinaron este país, y es debido en buena medida a esa autocomplacencia, triunfalismo estéril y conformismo con cuanto ex priista les pusieron de candidato, que dejaron por herencia a los jóvenes un presupuesto para gases lacrimógenos y balas: es el legado que izquierdas y derechas le brindan a los jóvenes; y aun tienen el cinismo de pretender juzgarlos.

Por otra parte, la violencia es un tema difícil de pensar: tabuada en parte, asimilada hipócritamente cuando proviene del poder, condenada solamente cuando es la respuesta airada de los oprimidos, vista con fascinación acrítica por algunos. (¿Recuerdan el sarampión de simpatía por la película “Con v de vendetta” entre votantes fustrados de AMLO en 2006?) Sin embargo, parece ser el camino que ha elegido el poder para controlar el conflicto social en el país. Parece haber una estrategia clara para sabotear todos los caminos no violentos y llevar a los movimientos sociales al callejón de los golpes y corretizas: lo cuestionable es pensar que lo más inteligente sea ir a pretender confrontar al poder precisamente ahí a donde éste quiere enfrentar al movimiento social.

Han surgido voces que no solamente reivindican la violencia como herramienta política radical sino que se burlan de los movimientos políticos no violentos: olvidan que, en el México moderno, esos movimientos no violentos son los que han incomodado al poder, que la violencia del poder es para aplastar no a unos pocos anarquistas con molotovs (que en este momento no representan para el poder ningún desafío), sino a una movilización social que una violencia inaudita no ha logrado frenar. La violencia del poder es una confesión de impotencia política, y por más radicales que pretendamos ser, no podemos negar que quienes han logrado representar una piedra en el zapato de ese poder son movimientos sociales esencialmente no violentos.

Usar la violencia no es sinónimo de ser más radical, ni más revolucionario, ni más fuerte, como usar la movilización no violenta no es sinónimo de tibieza o confusión política: pretender una ecuación: violencia= autenticidad política, es tan ingenuo y falto de visión como querer ocultar el hartazgo con el sambenito de “los infiltrados de EPN para desprestigiar al democrático GDF”. De ambos simplismos debemos precavernos para no ocultar el fenómeno social: el hartazgo y la persistencia en buscar un cambio social en México. Después de todo, la violencia no es un medio o una herramienta neutra: siempre que se usa, genera asimetrías y poderes opresores, resultados nada antiautoritarios ni ácratas, como puede verse. Por ello también la ecuación anarquismo= violencia es sumamente dudosa.