Nunca lo permitiremos

Volví al club de los desahuciados y vibré una onda densa y triste; aquel viejo amigo enfermo, al que habían-en una operación fallida- engrapado el vientre en un hospital de cinco estrellas; nuestra amiga, la muerte, nos lo había robado de este conflictuado mundo de contrarreformas y masivas marchas. Llegué a sentir envidia, pues el hombre ya descansaba, "envidia de la buena", pensé, aunque bien sabía que la envidia nunca es buena, la envidia es, simplemente eso: envidia. Pasamos mi Paty y yo, cinco horas de exhaustivos tratamientos en El club, ella esperando. El doctor de los milagros, gran sujeto, antes, en su oficina, nos mostraría el libro, traducido en varios idiomas incluido el español, "Único en mis manos", de un médico nazi que experimentaba con judíos enfermos de esclerosis múltiple en Auschwitz, el doctor Wolf, "Tétrico nombre ¿no?", decía mientras en su enorme pecera, un gigante pez hembra, hostilizaba a su pez macho.

"Este neurólogo, tasajeó la columna vertebral de millones de pobres pacientes; muchos murieron para dar como resultado, este medicamento homeópata", nos mostró, orgulloso, un paquete plateado que contenía varias tabletas. Después interrogó a mi musa sobre mi estado en general; Patricia le contó con lujo de detalle, aspectos que que yo no había percibido: "Lo noto más vivaz; se levanta más temprano y menos fatigado", comentaba. Yo la miraba sorprendido, pues no me daba cuenta de esos detalles. El oncólogo, converso a la medicina alternativa, se dirigió a mi y miró fijamente mis labios: "hable", me pidió amablemente; yo articulé algunas palabras en voz baja, con esta trastornada y ebria dislalia, el nudo que traía contenido del corazón a la garganta, se deshizo en un profundo sollozo que se convertiría en profuso llanto, y lloré sin recato, desvergonzadamente y desconsiderado de mi Paty.

En ese torrente viajaban miles de pinchazos, malos diagnósticos, dolores sempiternos, desplantes médicos: "Lo remitiré a psiquiatría; usted no tiene nada"; la ausencia del abrazo amigo, del que fuera casi mi hermano, ese que la vida retiró de mi lado; años de zozobra y angustia; de consulta con el José sano, ese que bailó cachondo encima de cualquier escenario, que coqueteaba con las bellas féminas, porque para él "no hay mujer fea en el mundo y el blues con sonidos irresistibles de rumba es para ellas", decía el infortunado. Ese que una vez la vida lo vio hecho pedazos, derrotado y solo en una silla de ruedas. El médico, solidario esbozo una sonrisa y habló: "es usted un hombre valiente que se permite llorar; esto que hace es una muestra de fortaleza, y eso es lo que necesito de usted", extendió una caja de pañuelos desechables, saqué uno, pero lo rompí; "Vea señora, ha perdido fuerza en sus manos", sentenció.

II

La clínica estaba llena como nunca, mis amigos del Club estaban en lo suyo. Esta ocasión no nos saludamos, elegimos vernos a los ojos y asentir con la cabeza el duelo que todos compartíamos; para ausentarme, pero ahí estar, pensé en mis amigos de Face Book; en el comentario que le hice a una chica sobre, en esos momentos, la pasividad de nosotros los mexicanos,"El pueblo se levantará como nunca lo hemos visto", vaticiné. Y el presente lo confirma: "Nadie cederemos bajo ninguna circunstancia ante la intención de desposeernos de nuestro petróleo", pensé en voz alta por descuido.
Un coro de voces me secundó: "¡Jamás, nunca lo permitiremos"!

Blues y Luz

José Cruz. Septiembre 2013. M.R. Copyright.

Ver en línea : José Cruz El Real