Dos reflexiones sobre la escuelita

Las escuelitas de abajo

Raúl Zibechi

Habrá un antes y un después de la escuelita zapatista. De la reciente y de las que vendrán. Será un impacto lento, difuso, que se hará sentir en algunos años pero marcará la vida de los de abajo durante décadas. Lo que vivimos fue una educación no institucional, donde la comunidad es el sujeto educativo. Autoeducación cara a cara, aprendiendo con el alma y con el cuerpo, como diría el poeta.

Se trata de una no pedagogía inspirada en la cultura campesina: seleccionar las mejores semillas, esparcirlas en suelos fértiles y regar la tierra para que se produzca el milagro de la germinación, que nunca es segura ni se puede planificar.

La escuelita zapatista, por la que pasamos más de mil alumnos en comunidades autónomas, fue un modo diferente de aprendizaje y de enseñanza, sin aulas ni pizarras, sin maestros ni profesores, sin currícula ni calificaciones. La verdadera enseñanza comienza con la creación de un clima de hermanamiento entre una pluralidad de sujetos antes que con la división entre un educador, con poder y saber, y alumnos ignorantes a los que se deben inculcar conocimientos.

Entre los muchos aprendizajes, imposibles de resumir en pocas líneas, quiero destacar cinco aspectos, quizá influenciado por la coyuntura que atravesamos en el sur del continente.

La primera es que los zapatistas derrotaron las políticas sociales contrainsurgentes, que son el modo encontrado por los de arriba para dividir, cooptar y someter a los pueblos que se rebelan. Al lado de cada comunidad zapatista hay comunidades afines al mal gobierno con sus casitas de bloques, que reciben bonos y casi no trabajan la tierra. Miles de familias sucumbieron, algo común en todas partes, y aceptaron regalos de arriba. Pero lo notable, lo excepcional, es que otras miles siguen adelante sin aceptar nada.

No conozco otro proceso, en toda América Latina, que haya conseguido neutralizar las políticas sociales. Este es un mérito mayor del zapatismo, conseguido con firmeza militante, claridad política y una inagotable capacidad de sacrificio. Esta es la primera enseñanza: es posible derrotar las políticas sociales.

La autonomía es la segunda enseñanza. Hace años escuchamos discursos sobre la autonomía en los más diversos movimientos, algo valioso por cierto. En los municipios autónomos y en las comunidades que integran el caracol Morelia, puedo dar fe de que construyeron autonomía económica, de salud, de educación y de poder. O sea, una autonomía integral que abarca todos los aspectos de la vida. No tengo la menor duda de que lo mismo sucede en los otros cuatro caracoles.

Un par de palabras sobre la economía, o la vida material. Las familias de las comunidades no "tocan" la economía capitalista. Apenas bordean el mercado. Producen todos sus alimentos, incluyendo una buena dosis de proteínas. Compran lo que no producen (sal, aceite, jabón, azúcar) en tiendas zapatistas. Los excedentes familiares y comunitarios los ahorran en ganado, con base en la venta de café. Cuando hay necesidad, por salud o para la lucha, venden alguna cabeza.

La autonomía en la educación y en la salud se asienta en el control comunitario. La comunidad elige quiénes enseñarán a sus hijos e hijas y quiénes cuidarán la salud. En cada comunidad hay una escuela, en el puesto de salud conviven parteras, hueseras y quienes se especializan en plantas medicinales. La comunidad los sostiene, como sostiene a sus autoridades.

La tercera enseñanza se relaciona con el trabajo colectivo. Como dijo un Votán: "Los trabajos colectivos son el motor del proceso". Las comunidades tienen tierras propias gracias a la expropiación de los expropiadores, primer paso ineludible para crear un mundo nuevo. Varones y mujeres tienen sus propios trabajos y espacios colectivos.

Los trabajos colectivos son uno de los cimientos de la autonomía, cuyos frutos suelen volcar en hospitales, clínicas, educación primaria y secundaria, en fortalecer los municipios y las juntas de guen gobierno. Nada de lo mucho que se ha construido sería posible sin el trabajo colectivo, de hombres, mujeres, niños, niñas y ancianos.

La cuarta cuestión es la nueva cultura política, que se arraiga en las relaciones familiares y se difumina en toda la "sociedad" zapatista. Los varones colaboran en el trabajo doméstico que sigue recayendo en las mujeres, cuidan a sus hijos cuando ellas salen de la comunidad para sus trabajos de autoridades. Las relaciones entre padres e hijos son de cariño y respeto, en un clima general de armonía y buen humor. No observé un sólo gesto de violencia o agresividad en el hogar.

La inmensa mayoría de los zapatistas son jóvenes o muy jóvenes, y hay tantas mujeres como varones. La revolución no la pueden hacer sino los muy jóvenes, y eso no tiene discusión. Los que mandan, obedecen, y no es un discurso. Ponen el cuerpo, que es otra de las claves de la nueva cultura política.

El espejo es el quinto punto. Las comunidades son un doble espejo: en el que podemos mirarnos y donde podemos verlas. Pero no una o la otra, sino las dos en simultáneo. Nos vemos viéndolas. En ese ir y venir aprendemos trabajando juntos, durmiendo y comiendo bajo el mismo techo, en las mismas condiciones, usando las mismas letrinas, pisando el mismo lodo y mojándonos en la misma lluvia.

Es la primera vez que un movimiento revolucionario realiza una experiencia de este tipo. Hasta ahora la enseñanza entre los revolucionarios reproducía los moldes intelectuales de la academia, con un arriba y un abajo estratificados, y congelados. Esto es otra cosa. Aprendemos con la piel y los sentidos.

Por último, una cuestión de método o de forma de trabajo. El EZLN nació en el campo de concentración que representaban las relaciones verticales y violentas impuestas por los hacendados. Aprendieron a trabajar familia por familia y en secreto, innovando el modo de trabajo de los movimientos antisistémicos. Cuando el mundo se parece cada vez más a un campo de concentración, sus métodos pueden ser muy útiles para quienes seguimos empeñados en crear un mundo nuevo.

http://www.jornada.unam.mx/2013/08/23/index.php?section=politica&article=023a1pol



Y sí, aprendimos

Gustavo Esteva

Quienes tuvimos el privilegio de asistir al primer curso de La libertad según los zapatistas nos graduamos el viernes pasado.

Fueron nuestros maestros y maestras miles de bases de apoyo, particularmente jóvenes y jóvenas, que compartieron con nosotros la experiencia vivida de conquistar la libertad. Cada un@ de nosotr@s, l@s estudiantes, tuvimos un votán, un guardián, que no sólo se ocupaba de atendernos y cuidarnos, sino que era también tutor pedagógico para resolver nuestras dudas, ampliar información y guiarnos en la lectura de los libros de texto y en otras actividades.

Aunque sólo hayamos pasado el primer nivel, aprendimos mucho. Aprendimos de palabras, por ejemplo, de las nuevas categorías creadas en la lucha por la libertad. Sabemos ahora que hay cosas que son de por sí; la resistencia, por decir algo, no empezó con los zapatistas, pues ya de por sí abuelos y abuelas estaban en resistencia y habían guardado la experiencia en sus corazones. Aprendimos que hay un modo zapatista, enteramente transparente pero difícil de entender o definir, porque es muy otro modo. Aprendimos de los partidistas, un genérico eficaz para aludir a esa fauna que se pretende diversa pero en que todos se comportan de la misma manera: son herman@s confundidos que se siguen creyendo los cuentos del mal gobierno y de los capitalistas. Aprendimos cómo se construye la autonomía, cómo los trabajos, cómo toda auténtica resistencia no es sólo aguantar, sino construir algo nuevo, cómo es la organización…

Pero faltaron palabras porque presenciamos novedades radicales que no salieron de libros, rollos o ideologías, sino de la práctica, y son empeños de imaginación… Creo que no tiene precedente histórico, por ejemplo, el proceso de transferencia ordenada y coherente de poder de los mandos político-militares. El que acumularon cuando las bases de apoyo se lo dieron para organizar el levantamiento les ha sido paulatinamente devuelto, a medida que la gente, el pueblo, asume plenamente el régimen de decisiones en todos los niveles de autonomía y gobierno. Se construyó desde abajo una forma de vivir y gobernarse en que se ejerce cotidianamente el poder político y la democracia radical. Los mandos se mantienen atentos, listos a prestar su apoyo si se requiere y a plantear iniciativas.

Habrá seguramente la tentación de traducir lo aprendido organizando cursos, convirtiendo la experiencia en un paquete de conocimientos y habilidades para transferir a otros. Quien lo intentara descubriría pronto que así traicionaría el sentido, estilo e intención de la escuelita zapatista. No nos invitaron para educarnos en una doctrina y mucho menos para tirarnos línea. Nos compartieron una experiencia vivida, cuya sustancia común sólo puede existir en la diversidad. El desafío no consiste en reducir todo eso a discurso formal, más o menos técnico, sino en reproducir a la manera de cada quien esta forma de contagio. Pero esto exige tiempo, para elaborar la experiencia y preparar terreno fértil en que prospere la flor de la autonomía.

El sábado, aturdidos aún por las emociones de la semana, vimos llegar a los delegados del Congreso Nacional Indígena para un encuentro muy otro que tuvo lugar el fin de semana. Parecía que la sabiduría del Tata Juan Chávez se derramaba sobre el inmenso auditorio en que escuchamos por muchas horas la voz de pueblos indios de todo el país que impartieron generosamente su cátedra, la que desde ahora será un homenaje vivo y constante al Tata.

Fue abrumador escuchar la enumeración interminable de despojos y agresiones. Los nombres de los protagonistas y la materia del despojo cambiaban de un lugar a otro. Pero se trataba del mismo crimen: una guerra contra la subsistencia librada por las corporaciones capitalistas, a veces tras la fachada de un cacique o un terrateniente y siempre con la participación activa y la complicidad abierta del gobierno y los partidos.

Aún más impresionante fue constatar el común denominador de casi todas las intervenciones: una resistencia combativa, articulada y vigorosa, al librar con energía y dignidad esta batalla en que no sólo defienden sus territorios, sus formas de vida y de gobierno y sus tradiciones, sino que luchan por la supervivencia misma de tod@s nosotr@s.

En suma, agotados tras esta semana intensa que por momentos parecía interminable, agobiados por el peso del aprendizaje que trae consigo el deber de compartirlo, regresamos a nuestros lugares llenos de esperanza. Bebimos hasta saciarnos en esta fuente de inspiración. Aprendimos también que cada quien a su modo podremos hacer lo que nos toca, tan diverso como todos nuestros mundos. Podremos construir un mundo en que tod@s cabremos. Se destrabarán inercias, parálisis y temores. Estamos en marcha.

gustavoesteva@gmail.com

http://www.jornada.unam.mx/2013/08/19/opinion/018a2pol