Dignamente perros

Lo llevamos a rehabilitación, pues tiro por viaje se le iba la hebra. Su abuela, aunque lo quería, ya no podía ; a media noche, él subía a la azotea a aullarle a la luna con el gran riesgo de precipitarse al vacío y reventarse la cabeza en el asfalto. Tenía 24 años, trabajaba en una pequeña empresa de alfombras; a los 19 abandonó los estudios, pues su novia quedó inscrita en otro plantel muy lejos, y como "el amor de lejos es de pendejos" -decía su abuela- no le quedó mas que renunciar a su Julieta, aunque ella se llamaba Eduviges. Cuando las piedras pesadas las carga uno en el lomo o en los ventrículos del corazón, se vuelven cada día más insoportables, uno enloquece y eso fue lo que pasó al Daniel alegre, vivaracho y estudioso. Se perdió en un hueco de su mente, en el agujero de Alicia y su ajedrez mágico. No respondía a las benditas súplicas de la abuela y un día se quedó mudo, silencioso, sin palabras. Veía, pero no veía, oía, pero no oía; y empezó a emitir leves gruñidos continuos que daban miedo a la gente cercana, a la gente que lo procuraba incondicionalmente.

Las quejas llegaron a su abuela; Daniel había mordido a la recepcionista donde laboraba, el asunto era serio, ameritaba una demanda por agresión, lesión agravada y según el abogado de la empresa, por acoso sexual: Daniel primero la olfateó, luego observó minuciosamente que vestía una blusa sin mangas y una diminuta minifalda, la esperó en la puerta de salida y después se abalanzó sobre la chica y le mordió la nalga derecha; sus ex compañeros de trabajo juran que aulló como perro de azotea y que aquella emitió un grito desgarrador que perturbó la amabilidad de una tarde de oficina.

La pesada puerta de acero reforzado se cerró tras de Daniel; unos enfermeros le ataron la camisa de fuerza y él no se resistió. Solamente olfateó el psiquiátrico y miró con cautela sus pies amarrados con correas.

A las 7am lo despertó una enfermera, le desató las correas, le cambió la aguja intravenosa y le dio un par de cápsulas en un cono de papel; él se las tragó con el agua anaranjada de la pequeña mesa junto a su cama y luego se quedó dormido.

La demencia y la locura no son lo mismo; la psicosis esquizofrénica con sus alucinaciones auditivas, visuales e inclusive táctiles suelen pasear a quien la padece por enredaderas intemporales y torbellinos de vientos fúricos impredecibles; desdoblamientos, estigmas que sangran internamente las arterias cerebrales ( inexistentes). Acantilados donde el anima se disgrega como átomo en una fisión nuclear. Y la ingravidez del agua corporal, esa terrible pérdida de fluidos que flotan sobre uno cual lingotes transparentes, irrecuperables. Vivir la pesadilla y no poder despertar más que a otra locura sucesivamente. Despertar es un decir: uno está siempre dentro, detrás de las ideas: cadalsos tras la pantalla visual de los ojos, esa es la demencia y sus variantes son locura. El mundo de Daniel el aullador era ese territorio lleno de cuevas y graznidos y lluvia y tormentas.

Un pelotón de enfermos mentales le dio la bienvenida. Lo encabezaba un tipo de gentil habla y modales al que todos apodaban " el abogado". Enseguida empatizaron; la mirada de los enfermeros era de desconfianza hacia ellos, el grupo de locos le hacía muecas burlonas y retadoras; se agarraban los genitales como copulando y soltaban estruendosos gases. "El abogado" le preguntó "qué haces aquí, en nuestra hermosa comunidad", "estoy de paso, señor; mordí a una chica y suelo aullar en las noches; mi abuela batalla conmigo y por eso me trajeron", dijo Daniel. El sujeto lo miró con ternura, se le acercó y lo abrazo, "nuestro nuevo amigo estará de paso, grito el hombre, así que demosle un abrazo de tribu" , el pelotón estalló de jubilo y levantó a Daniel en brazos. Se sintió acogido, entre amigos. Podría decir que jamás lo habían tratado con tanto cariño ni siquiera su amada abuela; esta sensación le era desconocida, así que se entregó a ella incondicionalmente y la gozó como un loco...

La noche se acercaba , empezó a inquietarse. Las manos le sudaban; se agudizaba su olfato, su oído se refinaba, su visión traspasaba las sombras; lo escuchaba todo, olía el todo y veía como su cuerpo se sumía en la oscuridad total para domarla. Y sintió una necesidad imperiosa de gritar, pero sólo emitió aullidos que estremecieron las paredes del psiquiátrico. Las luces se encendieron,los enfermeros, asustados, corrieron a la cama a atarlo, pero la agilidad y fuerza de Daniel se los impidió y los mordió a todos.

Tanto escándalo, despertó a los otros pacientes; "el abogado" acudió a auxiliar a Daniel, se le acercó con sigilo para calmarlo: "Muchacho, tranquilo, todo está bien, aquí está la tribu y te ayudaremos, no estás solo", dijo el viejo.

La vibración de su voz era cálida, azul turquesa; no sólo lo envolvía sino que traspasaba sus oídos hasta masajear su alma y serenarla.

Poco a poco salió del trance y recuperó la calma, miró los ojos del viejo y se perdió en ellos.

Amaneció nuevamente atado a su cama. Los resentidos enfermeros llevaban vendas en brazos y piernas, ahora lo veían con miedo y no con prepotencia; un hombre de bata blanca se acercó a su cama, era el psiquiatra del lugar.

Le pidió a la enfermera lo llevara a su consultorio. Daniel no opuso resistencia, se dejó llevar a consulta. " Lycaon, rey de arcadia ¿no?

Zeus te castigó ¿no? licantropía mágica ¿no?"; el psiquiatra detrás de su escritorio hablaba sin parar y su paciente lo escuchaba desconcertado.

"Mi nombre es"... el doctor lo interrumpió, "Daniel; e hiciste un desastre anoche, ¿no?, mordiste a tres enfermeros y eso no está bien", dijo el doctor.

"¿Conoces la mitología Griega, has leído algo sobre el tema ?" preguntó el psiquiatra desde su silla diez metros arriba; un pequeño chico le contestó desde su diminuto rincón abajo, que no sabía nada de los griegos.

"¿Crees que eres un hombre- lobo, Daniel?" "¿ Un hombre qué?" respondió confundido. Buscó con la mirada afuera al "abogado"y su tribu, pero no lo vio.

"Todas la frustración e impotencia han creado en ti la idea de que eres un licántropo; tus instintos reprimidos se manifiestan por la obsesión y el deseo de agredir, de morder, pues piensas que estás maldecido o maldito para llevar una vida normal", sentenció el experto psiquiatra.

"¡Pero no soy un lobo, soy un perro; que es muy distinto y los perros tenemos dignidad; somos leales a nuestros amos; casi almas gemelas ¿cómo nos compara con lobos?" argumentó sumamente irritado y se abalanzó contra el petulante de la bata blanca. La tribu tiró la puerta del consultorio y liderados por " el abogado" comenzaron a aullar y a terminar de morder a los hasta ahora sobrevivientes, pero curiosamente, después lamieron los cuerpos mientras meneaban felices el trasero .

Blues y Luz

José Cruz. 2013.

M.R. Copyright.

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